jueves, 17 de noviembre de 2011

Las piedras también lloran

En mi viaje por tierras salmantinas me he dado cuenta que no sólo los humanos son capaces de llorar. Las piedras, la tierra también lo hacen, con mayor frecuencia y caudal. A lo largo de todo el camino es habitual ver como desde las entrañas de las montañas emana agua sin parar. En algunos momentos es solo un goteo intermitente, sin importancia, pero en ciertos lugares el fluir es continuo, una cortina del líquido elemento cubre las rocas, volviéndolas más oscuras y frías, hartas de llorar.

Los que me leéis de manera habitual sabéis que no acostumbro a contar las cosas tal y como ocurren, pero este día necesita ser la excepción a la regla.

El día de hoy amanece en La Alberca soleado como ninguno de los anteriores y durante el desayuno uno de los camareros nos aconseja visitar las pinturas rupestres de la zona. Aceptamos las rutas del valle de Batuecas casi sin reparo. Al comenzar la primera parte del viaje, que ha de hacerse en coche, el navegador de abordo habló de manera clara y concisa: STOP problema de frenos.

Tras unos minutos iniciales de desconcierto y miedo hacemos una consulta telefónica a un mecánico de confianza, que no comprende cómo ha podido salir ese mensaje sin que mucho antes se hubiese encendido una luz amarilla.

Después de darle vueltas al asunto y de probar los frenos repetidamente, llegamos a la conclusión que probablemente, el líquido de frenos se hubiese congelado. Con más miedo en el cuerpo que otra cosa emprendimos de nuevo el viaje por Batuecas.

Tras una bajada llena de curvas tan cerradas que lo único que se veía era un precipicio sin fin llegamos, paramos junto al río que debíamos seguir para llegar a un templo,  y tras él, a las pinturas rupestres que tanto tiempo habían aguardado en aquel lugar. En total, el recorrido apenas llegaba a los 3 kilómetros.

Hasta llegar a la iglesia escondida en mitad del campo, el camino se mostraba simple, sin trabas. Una vez bordeada su entrada el camino pasaba prácticamente por dentro del río, piedras sueltas y raíces de árboles que no tuvieron más remedio que salir a la superficie para seguir creciendo.

Tras esa dificultad en el camino, aparece ante el visitante un pequeño puente romano, que te hace ver que, a pesar de lo que pudiera parecer no eres el primero que pasa por allí, y que tal vez, no seas el último. El camino en esta zona vuelve a hacerse difícil.

Muchas son ahora las piedras caídas sobre las que hay que caminar, siempre con cuidado de no caer. El camino va subiendo las montañas y llegados a este punto, la caída puede ser bastante complicada.

Una vez pasada las piedras, la subida se vuelve más empinada, en la zona hay colocada una cuerda que ayuda a la subida, es prácticamente el único indicio visible de que el visitante va por el buen camino. Varias tramos de cuerda más adelante aparece en la roca desnuda las viejas pinturas.

Las pinturas rupestres prácticamente han desaparecido en algunas de las zonas de la pared de piedra, el paso de los años y las inclemencias del tiempo han hecho mella en ellas, pero ese no ha sido su peor enemigo. Las marcas del pasado están muy castigadas por la estupidez humana, y sus límites insospechados. Donde antes aparecían manadas de animales ahora hay nombres de personas que pasaron por el lugar, sobre el ocre, corazones que rascaron pintura y piedra hasta volverla blanca... Quizás sea eso lo que deja un sabor de boca amargo. Una travesía idílica que se ve empañada, para variar, por la mano del hombre... 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Locations of visitors to this page